« La Compañía » construyó un ferrocarril, transportó maquinarias mitológicas y levantó en La Oroya, mil metros más abajo, una fundición cuya pura chimenea asfixiaba a los pájaros en cincuenta kilómetros. »
Destrucción de la naturaleza andina, de las vetas y de los pueblos cordilleranos. Es una historia sin fin la que cuenta aquí Manuel Scorza. Pasó ayer, pasa hoy y seguirá quizás pasando hasta que la cordillera ya sin entrañas desinfle sus pezones nevados y se derrumbe en una larga cadena de estériles deshechos.
Ver también Arguedas, la piedra y el agua, Ortega y Gasset sur l’autodestruction y Canetti sur l’autodestruction.
« Hacia 1903 les vetas se agotaron. Cerro de Pasco, tan orgullosa de sus doce viceconsulados falleció. Mineros, comerciantes, restauranteros y putas la abandonaron. Cerro, pues, se despobló. El vago censo departamental de 1895 enumera tres mil doscientas veintidós casas (…). Poco a poco Cerro volvió al páramo. En 1900 ya sólo quedaban una cuantas casas acurrucadas alrededor de Plaza Carrión, cuando una víspera de Semana Santa llegó un gigante rubio de alegres ojos azules, de llameante barba, estupendo para comilonas y borracheras. Era un ingeniero, un formidable fornicador que desde el comienzo se mezcló y simpatizó con la gente. (…). El gringo anduvo unos meses recogiendo muestras y mejorando la raza. La gente se le encariñó. Infortunadamente, el pelirrojo enloqueció. Una tarde, unas tres de la tarde, entró al « Valiente de Huandoy », una cantinita de mala muerte donde sobrevivía un cajón de whisky de los buenos tiempos. (…). Al atardecer salió a la calle a repartir whisky. A las siete lo visitaron los diablos azules. Quizás se excedió en las copas; quizás lo afectó, finalmente, la altura: comenzó a reírse como embrujado. La gente siguió bebiendo —se emborrachaba a costillas del cómico—, pero poco a poco, a medida que la risa se convertía en una catarata de carcajadas, en un espumoso mar de risas, en una marejada de burlas, se asustaron y salieron. No había por qué. Una hora después, el de la inolvidable barba crepuscular se secó las lágrimas, depositó un montoncito de libras de oro y salió del « Valiente de Huandoy ». No volvió nunca más.
« El dueño de aquella carcajada se reía de los mineros y cateadores de cuatrocientos años, de Cerro de Pasco, del viento que se lleva las casas, de las nevadas de a metro, de la lluvia interminable, de los muertos que tiritaban de frío, de la soledad. ¡Había descubierto debajo de las vetas agotadas el más fabuloso filón de la minería americana! (…)
« En 1903 vino a establecerse la « Cerro de Pasco Corporation ». Eso es harina de otro costal. La « Cerro de Pasco Corporation Inc. in Delaware », conocida simplemente aquí como « La Cerro o « La Compañía », demostró que el escultor de la inolvidable carcajada, el legendario barba de chivo sabía de qué se reía. « La Compañía » construyó un ferrocarril, transportó maquinarias mitológicas y levantó en La Oroya, mil metros más abajo, una fundición cuya pura chimenea asfixiaba a los pájaros en cincuenta kilómetros. (…). Los balances de la « Cerro de Pasco Corporation » muestran que, en realidad, el de la barba crepuscular sólo se permitió una risita. En poco más de cincuenta años, la edad de Fortunato, la « Cerro de Pasco Corporation » desentrañó más de quinientos millones de dólares de utilidad neta.
« Nadie podía imaginarlo en 1900. « La Compañía », que pagaba salarios delirantes de dos soles, fue acogida con alegría. Una muchedumbre de mendigos, de prófugos de las haciendas, de abigeos arrepentidos, hirvió en Cerro de Pasco. Sólo meses después se percibió que el humo de la fundición asesinaba a los pájaros. Un día se comprobó también que trocaba el color de los humanos: los mineros comenzaron a cambiar de color; el humo propuso variantes: caras rojas, caras verdes, caras amarillas. Y algo mejor: si un cara azul se matrimoniaba con una cara amarilla les nacía una cara verde. (…). Circularon rumores. La « Cerro Pasco » mandó pegar un boletín en todas las esquinas: el humo no dañaba. (…). El Obispo de Huánuco sermoneó que el color era una caución contra el adulterio. Si una cara anaranjada se ayuntaba con una cara roja, de ninguna manera podía salirles una cara verde: era una garantía. » (p. 82 a 84).
Fuente : Manuel Scorza, Redoble por Rancas, Círculo de Lectores, 1984. Páginas 82 a 84.